El camino de Dean hacia la práctica del derecho comenzó temprano en el día de planificación de carrera de octavo grado en 1959. Con su padre sentado a su lado, reflexionaron sobre una lista de ocupaciones y profesiones que iban desde operador de ascensor hasta científico nuclear y se produjo la siguiente conversación:

Dean: ¿Cuál debo elegir?

Papá: No sé… (pausa larga)… ¿Abogado?

Dean: Está bien.

Dean finalmente pasó a la Facultad de Derecho de la Universidad de Willamette y recibió su Doctorado en Jurisprudencia en 1971. Hizo arreglos para unirse a un abogado establecido en el condado de Douglas, pero el abogado cambió de opinión en el último minuto con la condolencia de que “cualquier abogado que valga la pena maldita sea, puede hacerlo por su cuenta. Con esa tranquilidad, Dean abrió su propia oficina en Winston, una ciudad de 2,500 habitantes que nunca había tenido su propio abogado.

Dean aprendió rápidamente que la facultad de derecho, con todo lo que tenía para ofrecer, no lo preparó para la práctica de la ley. Tenía una práctica general que incluía todo lo que entraba por la puerta, pero confiaba principalmente en las citas de casos penales para aprender el oficio y pagar las facturas. Fue una curva de aprendizaje rápida.

Al año siguiente, el condado de Douglas estableció su propia oficina de defensa pública y Dean fue seleccionado como el primer defensor público del condado. Un año más tarde, Dean volvió a la práctica privada y comenzó a incluir lesiones personales y reclamos de seguros en su carga de casos mientras reanudaba una práctica general para ayudar a sus clientes de cualquier manera que pudiera.

En 1988, Dean conoció a Anita en la reunión número 25 de la escuela secundaria y rápidamente descubrió que ella era el amor de su vida. En 1989 se casó con ella y se mudó a Portland, donde ejerce desde entonces.

Dean y Anita disfrutan correr, andar en bicicleta y hacer ejercicio. Dicen que les gusta el golf, aunque con frecuencia renuncian a jugar porque no logran dominarlo. Disfrutan especialmente de reunirse con amigos para cenar con vino. Y se encuentran viajando a lugares maravillosos con mayor frecuencia.

Me siento absolutamente bendecido (no suelo usar ese término) de tener a Cary M. Barber como mi asistente legal. Cary conoce todos los aspectos de su trabajo mejor que cualquier otro asistente legal que haya tenido. Pero el valor de Cary va más allá de su formación y habilidades técnicas; ella ofrece información valiosa sobre nuestros clientes y sus reclamos. Trabajamos juntos como un equipo, discutiendo estrategias y desarrollando el reclamo de cada cliente a su máximo potencial. Y Cary se suma al disfrute de la práctica del derecho, no solo para mí, sino para todos los demás en la oficina.